Efectos secundarios del estrés

El estrés tiene la misión de preparar a nuestro cuerpo para situaciones que exigen una mayor atención y un rendimiento especial. Todo el cuerpo está entonces en estado de alerta. Si el estrés se produce de forma frecuente o permanente, no sólo se percibe como algo desagradable, sino que también puede tener un efecto negativo en el organismo. ¿Qué efectos tiene el estrés crónico en nuestra salud y de qué manera interviene el intestino?

Hace 100 000 años, los animales salvajes ponían a nuestros antepasados en alerta máxima, desencadenando respuestas de estrés en el cuerpo para asegurar la supervivencia, es decir, luchar o huir. La finalidad de estos procesos en el organismo era proporcionar energía para huir del peligro o para oponerse a el. Un sistema sensato. Y aunque lo que provoca el estrés ha cambiado mucho hoy en día, las reacciones del cuerpo siguen siendo las mismas: la temperatura corporal y la presión sanguínea aumentan, hay un aumento de la sudoración y de la tensión muscular. La atención se centra por completo en la situación estresante y se suprimen otras funciones corporales que consumen energía porque, desde un punto de vista evolutivo, no son necesarias para la situación de peligro agudo o incluso la obstaculizan. Esto también incluye la digestión.

En general, se entiende que el estrés es la tensión extraordinaria a la que se ve sometida una persona por estímulos o tensiones. Este puede afectar al cuerpo y/o a la psique y puede provenir tanto del exterior como del interior. El efecto del estrés varía de una persona a otra. Esto significa que el estrés no se percibe de la misma manera y que cada persona lo vive de forma diferente. Hay varios factores de estrés: los conflictos continuos, la presión de los plazos, la falta de tiempo, el ruido, los problemas financieros, la falta de sueño, pero también el aislamiento social, el perfeccionismo, la falta de retos y el aburrimiento desencadenan una reacción de estrés en el organismo que a largo plazo puede poner en peligro la salud. Sin embargo, el estrés solo se percibe como desagradable y agobiante cuando se produce con frecuencia o dura mucho tiempo y no se puede procesar adecuadamente, lo que implica que no haya la correspondiente compensación física o mental. Este estrés negativo constante, conocido como distrés en la jerga técnica, puede hacer que las personas enfermen, ya que el cuerpo está constantemente bajo tensión y no puede regenerarse.

Persona estresada, intestino estresado

En respuesta a una situación de estrés, el cuerpo libera sustancias mensajeras y hormonas, por ejemplo, adrenalina y cortisol, que provocan tensión general. Esto puede provocar una incómoda tensión muscular, así como otras dolencias físicas como falta de aire, náuseas, pérdida de cabello y dificultad para concentrarse. Además, el sistema inmunitario se debilita y aumenta el riesgo de hipertensión, derrame cerebral e infarto. El estrés crónico tiene efectos especialmente devastadores en nuestro sistema digestivo: los vasos sanguíneos de los órganos digestivos se contraen, lo que reduce la irrigación sanguínea al estómago y a la mucosa intestinal, la digestión se paraliza y se produce una gran inflamación.

Todo el mundo conoce esta situación: uno se encuentra a punto de acudir a una cita importante o está nervioso y el vientre empieza a funcionar. Esto se debe a que nuestro intestino, o más concretamente nuestras bacterias intestinales, reaccionan de forma muy sensible al estrés y al estado de ansiedad. El estrés hace que las bacterias beneficiosas del intestino mueran. Diversas reacciones bioquímicas provocan además la ruptura de los puntos de unión entre las células individuales de la mucosa intestinal, las llamadas “uniones estrechas”. Esto permite que agentes nocivos, como toxinas y bacterias patógenas, atraviesen la barrera intestinal sin obstáculos e ingresen al torrente sanguíneo, lo que se conoce como “síndrome del intestino permeable”. Estos puntos débiles de la mucosa intestinal conducen a una absorción incorrecta de los alimentos y, posteriormente, a una falta de nutrientes. Las consecuencias pueden ser fatiga crónica, flatulencia y dolor abdominal. Además, los músculos intestinales dejan de funcionar correctamente con lo que se dificulta la digestión. Por todos estos factores asociados al estrés, el proceso digestivo resulta alterado de forma permanente.

Mientras más saludable sea nuestra flora intestinal, mayor será nuestra protección contra el estrés. Las bacterias intestinales tienen un efecto directo en la conexión entre el cerebro y el intestino (a través del llamado eje intestino-cerebro) e influyen en la respuesta física al estrés. En un cuerpo agobiado por el estrés constante, el equilibrio entre las bacterias beneficiosas y las “malas” se altera. Sin embargo, es posible restablecer dicho equilibrio a través del consumo de cepas de bacterias especialmente seleccionadas (probióticos), que pueden reducir la inflamación y ayudar a fortalecer el intestino. Dichos probióticos incluyen lactobacilos y bifidobacterias, que son habitantes habituales de un intestino sano y equilibrado. Las nuevas “selecciones” de bacterias intestinales compensan el déficit de bacterias intestinales buenas producido por el estrés. De este modo, mejoran la función de barrera de la mucosa intestinal, apoyan al sistema inmunitario (el 80 % del sistema inmunitario se aloja en el intestino) y reducen la liberación de histamina.

Consejos antiestrés para el intestino y la psique

Actividades de ocio: Leer, visitar museos, bailar, ser creativo… Encuentre un tiempo regular para usted y para las actividades que le aportan alegría.

Nutrición: Preste atención a lo que come y cómo lo come. Trate de sustituir el chocolate para el estrés por frutos secos, por ejemplo, y de comer algo recién cocinado en lugar de una comida preparada llena de conservantes (aunque se trate de comidas en un restaurante o de alimentos de un servicio de reparto ecológico seleccionado). Disfrute de la comida conscientemente, mastique bien y evite atiborrarse; esto también beneficiará a su digestión.

Socializar: Rodéese de gente agradable y con la que se pueda reír. Una buena conversación en un ambiente relajado repondrá sus reservas de energía.

Contacto físico: El tacto y el masaje tienen un efecto calmante y relajante. Acariciar a una mascota también tiene un efecto positivo en nuestro sistema nervioso.

Ejercicio: La práctica regular de deportes de resistencia, como correr, caminar, nadar o montar en bicicleta, favorece la reducción del estrés. Encuentre un deporte que realmente le guste. El ejercicio también estimula el transporte de los alimentos a través del tracto digestivo y, por tanto, puede ayudar en casos de estreñimiento, hinchazón o acidez.

Pausas conscientes (para respirar): Tómese unos minutos para usted de vez en cuando, incluso mientras trabaja. Un breve ejercicio de estiramiento o una taza de té le ayudarán a relajarse. Intente inspirar y espirar profundamente, desplazando la pared abdominal hacia delante (“respiración abdominal”).

Probióticos: Los probióticos de farmacia, científicamente probados, no solo son un apoyo para un intestino estresado, sino que también mejoran la producción de serotonina, nuestra “hormona de la felicidad”, y la calidad del sueño.

Agua caliente: Un baño caliente da una sensación de seguridad y tiene un efecto vasodilatador en los vasos sanguíneos, que se contraen por el estrés permanente.

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